jueves, 4 de noviembre de 2010
† Heridas †
Su elegante vestido de fina seda negra ha quedado manchado del dolor que nunca podrá limpiar, un hombre más en su vida, otra decepción.
Llega a su departamento con el maquillaje intacto, su belleza sigue enmarcada. Abre la puerta y sin siquiera encender la luz, a tientas entra a su habitación y se desploma en llanto.
Busca con torpe tacto su supuesto elixir del olvido, y al encontrarlo bebe sin saber de sí. La noche ya ha avanzado mucho y la unica luz que puede verse es la de la flama que enciende su cigarrillo.
Y todo comienza otra vez con el recuerdo; el dulce sabor de sus labios, la belleza de sus falsas promesas, la ternura de sus dedos, la profundidad de sus malditos ojos brillantes, el amargo suspiro de su fingido amor.
En cada bucanda de humo pretendia consumir sus penas, con cada trago de alcohol suplicaba diluir la desgracia que la embargaba, en sus mejillas rodaban negras lagrimas que iban arrasando con la mascara de maquillaje que usaba por no poder vestir de felicidad.
No pudo evitar que la bestia desgarrara sus entrañas, aún estaban tatuadas en su piel las crueles carisias de la mentira, poco a poco se ahogaba en su propio llanto, sin mas aire que el humo que emanaba de su boca, sin mas esperanza que la botella casi vacía.
Los cigarros se habían agotado, al igual que el acohol y la fuerza; simplemente se dejó llevar por el sueño y cerro sus ojos, queriendo olvidar, queriendo reparar la herida con un parche de conformismo, con una esperanza fingida y con una felicidad marchita.
Al amanecer cogió una toalla y tomó una ducha, como todos los días, bebió un café, como siempre, salio al trabajo, como solía hacerlo día con día, aún esperando que ésta vez fuera diferente.
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